domingo, 8 de abril de 2007

Fuentealba, presente! (¿podría estar ausente?)

Nunca lo conocí al Pocho. Menos al Carlos. Pero creo que eran leprosos. El primero, aunque sea, por cercanía fonética (Leproso-Lepratti). El otro, tal vez por oposición a otra “Fuente” de distinto color (Fuentealba-Fontanarrosa), pero con el mismo coraje para decir, a su manera, lo que muchos no quieren escuchar.
Los leprosos fueron en un tiempo los discriminados, los marginados, los que espantaban por su sola cercanía. Los canallas: los malnacidos, los inmorales, los inhumanos, deshonrosos. Hoy por hoy, la palabra “leproso” no genera el rechazo de antaño (el término “canalla” conserva su carga negativa).
Vos sos un canalla, Poblete. Vos también, Velásquez. Porque no importa a qué equipo de fútbol alentaban los fines de semana. Son canallas por su actitud, por su manera de ser, por su desprecio a la vida ajena. Por creer que tenían el derecho y la impunidad para silenciar una voz que decía lo que no les gustaba a ustedes ni al sistema que representan. Porque no solamente son dos canallas aislados: son dos canallas, símbolos de un sistema canallesco, inhmano, inmoral, corrupto...
Por eso, aunque no te conocí, Carlos, aquí va mi recuerdo. Sé que eras un leproso de ley, eras un despreciado, un marginado. Un docente pobre en una provincia rica, generando conciencia y tratando que los más pobres entre los pobres tengan lo mínimo imprescindible para considerarse humanos: dignidad. Por eso, para mí sos un leproso, Pocho (otro pobre en otra provincia rica): porque abandonaste el seminario asfixiado por paredes de silencio, porque te fuiste a vivir con los realmente sencillos, y te callaron de un balazo canalla en la garganta que alentaba a los más humildes, también a ganarse el pedacito de cielo que se merecían aquí en la tierra.
Porque mi vida actual es cobarde. Porque yo no tuve el coraje para hacer lo que hicieron ustedes. Porque hoy tengo que rendirles tributo una vez muertos. Porque no podré abrazarlos para agradecerles su valentía. Porque, a su manera, y más allá de ideologías políticas, levantaron las banderas rojinegras de la revolución. Esa revolución que tenemos que hacer todos los días, pequeña y cotidiana, para que los que más necesitan dejen de necesitar, dejen de sentirse humillados, leprosos, marginados...
Murieron a causa de Sobisch, de Reutemann... y de todos los canallas que se atrevieron a imponernos un recetario neoliberal repudiable y contrario a la ley de Dios. Por eso tuvieron que matarlos, porque reclamaban lo que está en la Biblia: que cada uno tenga lo que le corresponde, como hijo de Dios. Que no haya unos pocos que tengan mucho y otros muchos que tengan poco. Que no haya canalladas...
Neoliberales canallas: Dejen de matarnos, por favor. Sólo logran enaltecer a los héroes que ofrendan la vida.
“Solo le pido a Dios que desaparezcan para siempre los canallas”.

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