miércoles, 28 de marzo de 2007

Intento de mapa conceptual del dominio contable

Construyendo utopías

XVIº JORNADAS NACIONALES

para estudiantes

de contabilidad, administración y economía





Santa Fe - Argentina

de octubre de 2000







Área: Contabilidad

Tema: Modelos contables

Título del trabajo: Construyendo utopías. Una relectura del tema del capital físico





Autor: Scoccia Ledesma, Ariel Antonio


Rosario, julio de 2000 - Argentina


Universidad Nacional de Rosario


Advertencia preliminar
Rosario, mayo de 2000
Querido lector:
Quiero pedirte que no continúes con la lectura de las líneas siguientes si careces de la apertura mental suficiente como para receptar las ideas que propongo.
Si en cambio posees la gran virtud de comprender mi postura (aún sin compartirla), te invito a que desafíes tus preconceptos, te relajes un momento, sacudas tus neuronas y disfrutes de este pequeño ejercicio mental, esta distracción del pensamiento, esta pequeña utopía que estoy desarrollando en breves páginas.
Interesa aquí diferenciar, como lo hace Biondi, dos tipos de desarrollos teóricos: aquellos que se relacionan con la praxis contable, es decir, los que tienen una aplicabilidad mediata o inmediata, por un lado. Y por el otro, están las desarrollos contables que implican discusiones eminentemente abstractas, con poca o nula aplicación a la realidad cotidiana.
Este trabajo se ubica en la segunda categoría. Si buscabas encontrar en él algún avance importante que pudiera revolucionar la práctica contable, lamento defraudarte. No era ese mi objetivo. Es por eso que lo único que puedo hacer es invitarte a gozar, a jugar con la contabilidad. Por supuesto que me encantaría ver convertidas mis ideas en realidades. Pero personalmente, quiero divertirme con la contabilidad, es demasiado interesante para aburrirse.
Tanto la teoría como la práctica son importantes, en todo aspecto, y más en lo que respecta a nuestra formación y nuestro futuro campo de actuación. Sin embargo, este escrito carece (hoy por hoy) de operatividad. Lo único que intento con él es desarrollar algunas líneas de pensamiento, plasmar en el papel algunas “restricciones” ideológicas a las corrientes de opinión preponderantes hoy en día en materia contable. Mientras todos me dicen que “lo importante es que nuestras normas estén armonizadas con las del resto del mundo”, yo planteo un comportamiento rebelde, que significa tomar una actitud frente a lo que nos viene impuesto desde otros ámbitos, y decir: “No nos olvidemos de otros temas, que también son importantes. No nos olvidemos del hombre. No nos olvidemos de la brutalidad del capitalismo reinante, no nos olvidemos que la contabilidad es una herramienta que podría servir para modificar una realidad presente negativa, más allá de su objetivo declarado de «toma de decisiones empresariales»”.
Soy joven y no quiero resignarme a pensar lo que los demás establezcan. Me resisto a creer que mi futuro desarrollo profesional tiene que limitarse a los estrechos campos de la contabilidad patrimonial. No quiero verme acotado, restringido. Dice Tua Pereda: “El desarrollo de la contabilidad ha estado ligado a construcciones teóricas de otras disciplinas, creándosele una limitación a su avance (...) El papel de los estudiosos e investigadores contables trasciende el estrecho límite colocado a la contabilidad. En un mundo abiertamente pragmático, todo lo que se haga para romper este cerco y proponer nuevas alternativas, será una nueva contribución real al avance de nuestra disciplina”. Y eso es lo que justifica este trabajo...
Gracias por tu tiempo, amable lector.
Ariel

Apretadísima síntesis
Aunque reconozco que no es mi fuerte, voy a intentar “abreviar” mis ideas, de manera que puedan volverse fácilmente comprensibles.
La contabilidad es una ciencia , y como tal, debería tener algún grado de utilidad, de aprovechamiento por parte de la comunidad. No se concibe una ciencia “inútil”.
Por ende, no debería estar despojada de una cierta faceta “humanística”. Y más aún si consideramos que se enmarcaría dentro del grupo de las ciencias llamadas sociales (Economía, Sociología...) que tienen al hombre (en su faceta económica, en este caso) como punto de partida y como parte integrante (insustituible) de su análisis.
Sin embargo, los fríos números han sido la clave identificatoria de la contabilidad, ante los ojos del común de la gente. Y ni siquiera nosotros mismos (profesionales o futuros profesionales), nos hemos decidido a incursionar profundamente, hurgar en el enorme campo de investigación que se nos abre al pensar en la contabilidad como una ciencia social.
Así también se nos han “escapado” ciertos detalles, obnubilada nuestra vista por uno de los tantos debates estériles que signan nuestra disciplina.
Por costumbre, solemos definir un modelo contable en función de tres aspectos: el capital a mantener, que condiciona la determinación de la ganancia; la unidad de medida, y los criterios de valuación.
Respecto de cada uno de ellos, tenemos alternativas: el capital a mantener puede ser financiero (cantidad de pesos) o físico (cantidad de unidades); entre los criterios de valuación podemos optar por valores corrientes (valores de hoy) o costo (valores de ayer). Y por último, en el caso de la unidad de medida, podemos darnos el lujo de no reflejar las variaciones de su poder adquisitivo (moneda nominal) o sí hacerlo (moneda homogénea). Observando la bibliografía a la que he podido acceder acerca del tema del capital “físico”, y los ejes sobre los cuales descansa la discusión, advertí que en ningún momento se menciona, por lo menos no explícitamente, una característica que, a mi entender, resulta fundamental: si el capital a mantener se define como “una determinada capacidad operativa dada” (en lugar de una determinada cantidad de pesos aportados por los socios), entonces deberemos tomar en cuenta a la ganancia no solamente como el producto de uno de los factores: dinero (y por ende, dejará de ser propiedad exclusiva del titular de ese factor). Ahora también ingresa al ámbito de análisis un segundo elemento: el propietario del factor trabajo. Él es quien está en permanente contacto con aquel elemento físico que define la capacidad operativa. ¿Por qué la información contable debe discriminarlo, entonces, considerando su retribución como un “gasto” y no como el producto de haber “mantenido la capacidad operativa”? Es decir, falta un cuarto elemento, para que sea una ciencia social: el hombre.
Por eso el modelo de capital físico no solamente nos genera “problemas” de interpretación y aplicación del concepto de “capacidad operativa”: era (y es) una herramienta de transformación social. Puede cambiar el enfoque que se le da a la información. La información contable NO es neutra.
El proceso de toma de decisiones requiere de información contable. Pero ésta se destina de manera genérica, a todos los “usuarios” (cuando hablamos de informes contables externos) aunque gira exclusivamente, en torno a los titulares del capital, llámense estos accionistas, socios, cuotapartistas, etc.
Esa misma información contable, brindada por un sistema basado en un verdadero modelo de capital físico, se referirá ya no simplemente al eje “accionista” (aportante de capital) sino que responderá a un doble enfoque: capital y trabajo, accionista y trabajador .
Despertar la conciencia social del resto de la población. Pero para eso tendremos que estar convencidos de lo que estamos difundiendo.
¿¡Cómo es posible que cuando una empresa como cualquiera de las que cotiza en bolsa, anuncia despidos masivos, el precio de sus acciones suba!? Porque al trabajador se lo ve como un COSTO.
¡¿Cómo es posible que hayamos llegado a un grado tal de deshumanización?! ¡¿Cómo podemos consentir eso?!
Orientar nuestro camino en esa dirección se me antoja muchísimo más importante y trascendente que discutir si nuestras normas deben adaptarse o no a las internacionales.
Profundizando en esta línea de investigación, insistiendo en esta “cara humanística” de nuestra disciplina, habremos así dado un importantísimo paso hacia una nueva contabilidad, más cercana a la realidad y más próxima al hombre.

El debate, tal como se ha planteado hasta ahora.
En base a lo explicado en la introducción, el debate tradicional acerca de las ventajas de uno u otro modelo (de capital físico o de capital financiero) giró en torno a criterios puramente técnicos.
Haciendo un poquito de historia, podemos recordar que el surgimiento del modelo que sustenta el capital físico es posterior al modelo de capital financiero.
Al hablar de “capital físico” es inmediata la vinculación histórica con Holanda y más precisamente, con la empresa Phillips. Y en el ámbito del Mercosur, con Uruguay.
Desde la perspectiva teórica, la idea de capital físico también fue evolucionando, pasando por distintas etapas sucesivas, que fueron ampliando el concepto.
En un principio, se entendía al “capital a mantener” como el conjunto de aquellos bienes necesarios para mantener una capacidad operativa dada.
Los primeros problemas se presentaron al momento de definir qué se entendía por capacidad operativa dada. Y la primera crítica que surgió fue que “mantener una capacidad operativa” puede ser perjudicial en un contexto económico cambiante. No siempre se reponen exactamente los mismos bienes físicos poseídos. Es por eso que a este modelo se lo tildó de “estático”.
Porque ¿qué pasaba si la empresa cambiaba de actividad? ¿No sería más útil un capital financiero, que “demuestre flexibilidad y capacidad de adaptación a un economía moderna en continuo proceso de profundos cambios tecnológicos”? Tal como veremos más adelante, yo propugno la utilización de capital físico por una cuestión psicológico - social. En realidad, lo importante es cambiar el enfoque. Pero desarrollaremos mi postura luego.
Entonces, para superar esta apreciación negativa (“modelo estático, que no contempla los cambios surgidos en un contexto económico variable”) se desarrolló otra idea de capital físico, y se dijo que el capital a mantener consistía en el valor de los activos que permitiesen mantener, ya no una capacidad de producción determinada a través de idénticos bienes, sino el mismo volumen de bienes y servicios que la empresa estaba en condiciones de brindar.
Como explican Pahlen, Chaves y Feudal, “se procura reconocer que la productividad y la tecnología de los activos está evolucionando permanentemente” .
Se dice entonces que el enfoque de la capacidad operativa sostiene que el patrimonio se mide en términos de capacidad de producción. Hay ganancia cuando un patrimonio ha crecido por encima del conjunto de bienes necesarios para asegurar un mismo nivel de actividad. Mismo nivel de actividad no quiere decir mismo volumen o valor de bienes y/o servicios, sino, el mantenimiento de su nivel operativo en términos de razonabilidad y acorde al desarrollo económico del ente.

Como no podía ser de otra manera, también aparecieron objeciones a esta nueva forma de entender al capital físico. Si lo que debemos mantener es un volumen de bienes y servicios ¿qué ocurre si la empresa decide cambiar de ramo? Los bienes necesarios actualmente para mantener un volumen de servicios determinados no son representativos de la futura evolución de la empresa y no significan el “capital a mantener”. Esa vinculación directa (que no se da a través del dinero) hacía que, por ejemplo, si una empresa se dedica a la fabricación de sandwiches y quiere comenzar a producir tortas, posiblemente no todos los activos que utiliza en la elaboración de sandwiches le sirvan para preparar tortas.
Así aparece una tercera noción: se entiende al capital a mantener como la capacidad para producir el mismo valor de bienes y servicios en el ejercicio siguiente que en el período presente. Ya no se trata de reponer los mismos bienes ni la misma capacidad de servicio, sino que estamos identificando al capital con el valor de los bienes a reponer en el futuro, sean estos iguales o distintos de los actuales.

Gynther (mencionado por Fowler en Cuestiones Contables Fundamentales) sintetiza las posturas al hacer referencia al mantenimiento de un capital dado por:
· los mismos activos
· los activos que respondiendo a la tecnología más avanzada, permitan producir el mismo volumen de bienes y servicios
· los activos que, respondiendo a la tecnología más avanzada, permitan producir el mismo valor de idénticos bienes y servicios.
Todos los enfoques admiten una situación estática de la empresa (según Fowler)

Y aquí viene la enorme crítica a todo el modelo de capital físico, independientemente del concepto de “capital” utilizado. Crítica en donde se utiliza el término que provoca desbandes masivos de contadores -con pánico incluido- cada vez que lo escuchan: SUBJETIVIDAD.
Se dice que para determinar el capital a mantener, bajo cualquiera de las alternativas vistas, implicaría incorporar una elevada dosis de subjetividad en el análisis. Y, lamentablemente, se sigue creyendo que reconocer la subjetividad de la contabilidad, es un síntoma de debilidad intelectual o de inoperancia técnica. Se sigue pensando que la subjetividad es negativa, cuando permanente (diariamente) estamos conviviendo y trabajando con ella.

Entonces, dados los obstáculos de tipo práctico y conceptual existentes, no era esperable que recibiera demasiada aceptación dentro de la profesión.
En función de la mayor facilidad en la determinación y utilización de un modelo con capital financiero, por lógica derivación, éste sería en definitiva el concepto que se arraigaría en la contabilidad, como parte integrante de la misma. Inclusive, hasta se “encontraron” basamentos para la utilización del capital financiero (cuando en definitiva, la única causa que perpetúa su uso es la costumbre, la tradición, y la comodidad).

Fundamentos (expuestos en el informe 9 del CEC) para apoyar el uso de capital financiero:
· El objetivo es ganar dinero (por ejemplo) y no el mantenimiento de una capacidad operativa.
· El capital físico puede modificarse si no permite alcanzar los objetivos.
· El capital físico (tal como está definido) responde a una situación estática de la empresa. La mezcla de bienes y servicios que produce varía con el tiempo.
· Los aportes están medidos en términos monetarios (y sus rendimientos, también).
· Dificulta la comparabilidad (cada empresa tiene una “capacidad” operativa o una mezcla de bienes y servicios diferente).
Fowler establece otras limitaciones del concepto de capital físico. Sostiene además que la capacidad operativa no depende del patrimonio de un ente sino de los activos, que pueden estar financiados total o parcialmente con pasivos. Con eso se desvirtuaría la idea de que el capital a mantener es aportado por los socios. ¡Pero si es verdad! ¡Si es así! ¡Con el enfoque que yo planteo del capital físico, el aporte, a través del trabajo, es realizado por los trabajadores también! Pero me estoy anticipando al desarrollo de mi idea, que se dará en páginas posteriores.
Y también agrega otra “contra” del concepto de capital físico (que más que “argumento” parece una excusa de contador conservador): para aplicar el concepto de capital físico se necesita medir los costos de reposición de todos los bienes que definen la capacidad operativa, cosa innecesaria para aplicar el concepto de capital financiero.
Sostengo que es una excusa, puesto que si la capacidad productiva se determina en función de una cantidad de bienes producidos (por ejemplo, lavarropas) es una cuestión de aplicabilidad de valores corrientes, y si Fowler tanto luchó doctrinariamente para la aceptación de los valores corrientes, no puede ahora “echarse” para atrás y utilizar un argumento que afecta las ideas que en un principio sustentó (y dice defender aún).
Tiene razón cuando explica que los bienes que determinan la capacidad productiva podrían haber dejado de producirse. Pero tampoco parece muy lógico: si el bien (siguiendo con el ejemplo de los lavarropas) no se produce más, entonces no existe capacidad operativa, porque quiere decir que la empresa produce algo que no se vende, o no produce nada. Y si la capacidad productiva se determina en función de las máquinas con las que se fabrican esos lavarropas, Gynther mismo habla de “activos que, respondiendo a la tecnología más avanzada...” .
Ahora bien, en el análisis comparativo que hace Fowler de los conceptos de capital financiero y capital físico existe UNA palabra que se reitera permanentemente, como un conjuro, como si fuese el sentido mismo del tema, como si todo girase en torno a ella: ACCIONISTA. No podemos despegarnos del enfoque personalista, individual, priorizando al accionista por sobre la empresa.
El enfoque de capital económico vislumbra realmente a la empresa como un ente independiente de los accionistas. La observa como un ente social. Como lo que es. Por eso, jurídicamente podría tomar elementos de la llamada “teoría de la institución” que entiende a la sociedad como un ente distinto de los socios. Toma en consideración más que el problema del acto constitutivo en sí, la naturaleza del ente creado (una institución) y como consecuencia subordina la voluntad de los constituyentes de la sociedad a la función que ésta debe cumplir en el medio social.
Se dice que una institución es "un organismo dotado de propósito de vida, y de medios de acción superiores en poder y duración a los individuos que lo componen".
Por eso es absolutamente válido efectuar un análisis del ente, desprendiéndonos de su vinculación exclusiva con los aportantes de dinero.

¿A qué viene esta comparación entre los diversos enfoques del capital como elemento de un modelo contable?
Intento demostrar en dónde radicó el error en el debate: Giró siempre en torno a aspectos puramente técnicos, pero podría haberse dirigido hacia otra meta.
Esbocé, a través de estas páginas, algunas ideas sobre este objetivo adonde debía apuntar la contabilidad si se examinaba el capital físico. En mi búsqueda de sustento lógico a mis pensamientos, encontré un muy buen trabajo elaborado por tres prestigiosos profesionales: “Capital a mantener, un enfoque actual”. (Pahlen Acuña, Chaves, Feudal. Editorial Macchi, 1997).

Para continuar, abandonemos momentáneamente de lado la hibridez de nuestro modelo contable, y la discusión teórica acerca de la correlación entre valores corrientes y capital a mantener físico.
En la obra mencionada se dejó de lado el debate teórico para ser llevada al plano pragmático: en lugar de arrogarse estos profesionales la representación de los usuarios de los estados contables para determinar qué les resulta útil o inútil, directamente se los consultó.
Se realizó una encuesta tomando en consideración una muestra de la cual se obtuvieron 82 respuestas, con múltiples derivaciones. Se analizaron empresas de todo tamaño (grandes y PyMES) y actividad, y usuarios de estados contables tanto de tipo interno como externo.
Dentro de las conclusiones de ese trabajo, rescato algunas:
· sobre las 82 respuestas recibidas, el 43% se inclina por adoptar un modelo de capital físico. Los que consideran apropiado continuar con capital financiero, constituyen sólo el 28%.
· El 78% de los usuarios opinó que se deben limitar las ganancias distribuibles a las sumas que no afecten el mantenimiento de la capacidad operativa de la empresa.
Para los autores, el capital físico sería más útil en un contexto estable, pero avanza “sobre un aspecto que parece exceder a los objetivos de la función contable, cual es determinar qué porción de la ganancia podría ser distribuida (...) La mayoría de la doctrina estima que este es un paso posterior a la función contable, que debería ser decidido en otra instancia y con otros elementos de juicio”.
No estoy de acuerdo con esta última afirmación. Para mí, la contabilidad de por sí se encarga de determinar qué es ganancia y qué se distribuye del total del patrimonio de la empresa. Que posteriormente la etapa de decisión sea un proceso ajeno al ámbito contable, puede ser. Que el decididor tome en consideración otros factores aparte de los que le brinda la contabilidad, también. Pero en definitiva, cuando cambiamos de paradigma contable, y pasamos de considerar solamente la ganancia por venta a tener también en cuenta además a los resultados por tenencia ¿no estábamos acaso también diciéndole a quien le correspondía la ganancia: “ahora te podés quedar también con los resultados “no realizados”? ¿No estábamos avanzando sobre el proceso de decisión? Entonces, toda vez que definamos un concepto particular de “ganancia” estaremos determinando qué parte del patrimonio de la empresa puede pasar a manos de sus propietarios y qué parte no. Que posteriormente los propietarios decidan reinvertir o llevarse todo, es cuestión de ellos.

Pero lo importante de todo esto es que:
· Por una vez, se varió el procedimiento. En lugar de decir ¿qué me parece que le conviene más al usuario de la información contable?, directamente se le preguntó.
· Y en segundo lugar, se descubre un alto grado de receptividad del capital físico en Argentina, más allá de las discusiones teóricas y las dificultades de aplicación.

Me gusta el trabajo de Chaves, Pahlen y Feudal. El enfoque que utilizaron fue una “vuelta de tuerca” de carácter pragmático. Modificó la forma y el ámbito de discusión. En lugar de ser los profesionales quienes discutiesen si el capital físico era mejor o peor que el financiero, recurrió a los usuarios. Pero el eje siguió siendo el mismo.
A pesar de lo novedoso, la investigación de estos tres autores no satisfizo mis expectativas. Porque yo esperaba algo más que un cambio metodológico: soñaba con un cambio de postura.
Por eso es que comencé a desarrollar y corporizar mis opiniones, de manera independiente.
Mi trabajo, con toda la humildad de su pequeñez, y mi honestidad de desconocimiento, no puede compararse con el de tan renombrados investigadores. Pero intenta modificar el eje de discusión. No interesa el ámbito, sino la cuestión de fondo: el análisis social de la empresa.

Un enfoque personal
Mi enfoque es extremadamente sencillo: parte de la idea de la vinculación directa que se da (en un modelo contable de capital físico) entre el factor humano y el resultado productivo, que conlleva a una distinta manera de ver.
No me interesa la controversia doctrinaria. Simplemente digo: este modelo tendría que estar mostrando la participación, no sólo del factor capital en la ganancia, sino también los efectos del factor trabajo. ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué a nadie le interesó que lo hiciera?

La empresa uruguaya FUNSA (que según los contadores de ese país, aplica un sistema de capital físico, y según Biondi lo único que hacen es prorratear los RxT entre “realizados” (que van a resultados) y “reserva de capital”) no reconoce los Gastos de Personal como “gastos de mantenimiento de capital” tampoco estaría aplicando en un sentido estricto un modelo de capital físico. Llego deliberadamente a esta conclusión: los argentinos (según el resto de los profesionales americanos) no aplicamos un modelo de capital a mantener financiero, puesto que
Valores corrientes Û Capital físico

Es decir, que la utilización de capital físico implica necesariamente la adopción de valores corrientes, y viceversa: si queremos utilizar valores corrientes, sostengamos un criterio de capital a mantener físico.
Pero también (aunque esto sea una cuestión de técnica contable):

Capital físico -> Reconocimiento de un nuevo status del trabajador

Ergo, nadie, hasta ahora (ni en Uruguay ni en Holanda), ha aplicado un modelo estrictamente puro de capital físico.
Es así que decidí nominar este trabajo como...



Análisis social del capital
No estoy diciendo que analizo el capital social, sino que realizo una mirada “humana” del capital de las empresas. ¡Tengamos cuidado! Colocar dinero, invertir en una empresa, no solamente debe ser visto como un fin (y su consecuencia, la obtención de resultado) económico: estamos participando en un ENTE.
Si me perdonan la comparación, un hijo no se tiene, no se “compra” ni se lo mide exclusivamente en dinero. No hay un capital “hereditario” o “filial” a mantener.
El capital físico o económico ve a la empresa como un ente. El capital financiero se entronca con la idea de la empresa como una inversión, como un “rejunte” de activos y pasivos. No la ve como algo distinto por naturaleza. Entonces, comencemos a hablar de un capital “social” a mantener.
La contabilidad tenía ante sus ojos una herramienta impresionante de transformación social y no la aprovechó.
Desde el mismo origen de la contabilidad nos encontramos con la variante “financiera” del capital. Esto es: de repente, ante la aparición de un capital productivo, advertimos la necesidad de mantener la fuente de riqueza y consecuentemente, rendir cuentas de la evolución de la misma. Y además, la racionalidad en la rendición. Pero es más fácil decir “tenía diez pesos, ahora tengo once, en conclusión gané uno” que pensar en términos de metros de tela o barriles de aceite.
Ahora se planteaba, con el capital económico, la opción de pensar no únicamente en el aportante de dinero que necesitaba mantener la fuente productiva, sino también en los que “colaboraban” con él en esa función. Y sin embargo...

Por eso se renueva la validez de la pregunta, que no jamás deberíamos dejar de efectuar: “¿Brinda la contabilidad información útil?”. No. Es apta para la toma de decisiones de carácter económico, pero ¿es socialmente útil? Si es una ciencia social, entonces el producto de la misma debería ser socialmente provechoso. ¿Lo es? No plenamente. Sirve, pero hasta ahí...
¿Y por qué? Porque la contabilidad ha equivocado su enfoque desde el inicio.

Para mí, el concepto de “capital físico” tiene un sentido “sicológico”, en cuanto a su “aportación” por el trabajador. En “Estudios Empresariales” Nº 71 apareció un artículo de Pedro Uriarte: “¿La contabilidad es una técnica humanamente neutra? ”

Allí, Pedrito dice que el estado de resultados “reflejaría, entonces, una situación psico-sociológica:
· el costo del servicio prestado por el trabajador (el salario) es el gasto de un factor productivo, que no participa en los resultados, porque el trabajador, en definitiva, no participa en la sociedad empresarial;
· el costo del servicio aportado por el capitalista (el interés de la inversión) propiamente no es un gasto, sino uno de los componentes del resultado neto del ejercicio, porque el capitalista sí participa en la sociedad empresarial.”
El estado de resultados “refleja dos situaciones diversas en los hombres que componen la unidad productiva que es la empresa: la situación de los trabajadores, factores productivos marginados y la situación de los accionistas, constitutivos de la sociedad empresarial, con derecho a participar en los resultados.”
Lo que refleja el estado de resultados, “en realidad no es sino la proyección a un punto concreto de la concepción de la sociedad anónima.
A la empresa, identificada con la sociedad anónima, se unen los hombres de dos maneras: los accionistas se unen y quedan integrados en ella mediante un contrato de sociedad. Los trabajadores se unen, pero quedan marginados, por un contrato de trabajo.

Entonces ¿la contabilidad es neutra?
No. El estado de resultados es una clara muestra de que los accionistas (aportantes de capital, y en algunos casos, capacidad empresaria, y/o recursos naturales) tienen derechos. Los trabajadores (aportantes del factor trabajo, y por más que exista la participación o habilitación) NO .

La contabilidad se tomó muy en serio eso de “brindar información útil para la toma de decisiones”, pero ¿cómo exhibió esa información? MAL.
Nos arrancamos los cabellos durante décadas, en una disputa cuasi estéril, preguntándonos constantemente si el capital financiero era mejor que el capital físico. Queríamos saber si era más útil... para los accionistas. Para los aportantes de capital.
Pero ¿cómo deberíamos haber planteado el debate?. “¿Incluimos, a través del capital físico, la dimensión humana, o nos seguimos moviendo en un campo de abstracciones económicas?”
He allí el verdadero dilema.

El capital a mantener financiero pone su atención en uno solo de los factores de la producción: el capital. Por ende, resulta lógico que, al momento de determinar ganancias, no exista discusión acerca de quién debe apropiárselas: el capitalista. Excluye del análisis posterior a los propietarios de los demás factores productivos sencillamente porque no le interesan.
Si yo coloco una cantidad de dinero en un banco, al cabo de un tiempo querré saber cuánto tengo. Comparando lo que coloqué con lo que tengo ahora, podré afirmar si gané o perdí.
Entonces (dirán ustedes) ¿qué hay de malo en utilizar el mismo razonamiento para el dinero colocado en el banco para analizar lo que acontece con el capital de una empresa?
El error en el razonamiento radica en la excesiva homogeneización a la que se somete toda actividad económica, como si inclusive las expectativas y las necesidades de cualquier humano fuesen traducibles únicamente en dinero.
Si yo me asocio a un club de fútbol, posiblemente mi objetivo no sea obtener dinero ni mantener los pesos invertidos, sino que pueden existir otras motivaciones: tal vez desee aprovechar las instalaciones de la entidad, o quizás simplemente quiera tener la posibilidad de asistir todos los domingos a la cancha, o probablemente, si soy hincha de ese club, solamente me asocie como una manera de contribuir al crecimiento y sostenimiento de la divisa de mis amores, aunque luego yo no recupere en servicios el total de mi cuota.
Claro está que seguramente me harán notar la diferencia existente entre un club (entidad sin fines de lucro) y una empresa que sí persigue explícitamente la obtención de ganancias.
Sin embargo, la filosofía del capital a mantener financiero no distingue entre fin de lucro y fin benéfico. Elimina del análisis a la dimensión humana.

En cambio al dejar de pensar en el “capital financiero a mantener” y tener que referirnos a una “capacidad operativa” estamos ampliando el abanico. El capital es ahora todo lo necesario para el mantenimiento, independientemente del factor que aporte: capital, trabajo, tecnología. La capacidad operativa se consigue no solamente con dinero, sino también con esfuerzo humano. Entonces, deberá la contabilidad “ajustarse” y reconocer resultados ya no en función del propietario de uno de los factores, sino que deberá brindar información enfocada para que les sea útil a los propietarios del factor trabajo, a los del factor capital y a los del factor naturaleza.
Deberá entonces, la contabilidad interesarse por los demás propietarios de factores, y principalmente por el factor trabajo, por estar ínsitamente vinculado al hombre.

Aspecto o rama no explorada de la cuestión referente al capital físico.
Creo que nadie ha remarcado hasta ahora, un aspecto que me parece importante, y que ya mencioné: el carácter “social” del concepto de capital económico. Bajo la idea del capital financiero, los únicos que poseen importancia al momento de la determinación del resultado del ejercicio son los propietarios del capital aportado. El hecho de que luego esa ganancia pueda o no ser distribuida entre propietarios y no propietarios (obreros, empleados: por ejemplo, bajo la forma de gratificaciones al personal. Dejo de la do la posibilidad de analizar un Programa de Participación del Personal. No quiero dar lugar a confusiones, puesto que un operario que posee acciones de la empresa, se convierte -jurídicamente- en propietario) cae fuera de la esfera de acción de lo específicamente contable. Así como la utilización de capital económico avanza sobre aspectos no estrictamente contables (la distribución de resultados) también involucraría, desde mi punto de vista, no solamente el quantum de la ganancia (qué es distribuible y qué no) sino el cómo (a quién se lo distribuye).

Cuando hablamos de capital financiero no cuestionamos su origen: sabemos que constituyen los montos aportados (o comprometidos a aportar) por parte de los propietarios (asociados, socios o cualquier otro nombre que reciban). La idea del capital a mantener es la consecuencia de la traslación de un concepto financiero al campo contable: el capital es la fuente productora de riqueza que debe mantenerse para poder continuar generándola.
Pero cuando nos desplazamos hacia un concepto más económico que financiero de capital, aunque hagamos la misma simplificación (en lugar de decir que el capital es la suma de los pesos invertidos, diremos que es la suma de los bienes, aportados por los socios, necesarios para una capacidad productiva dada), si analizamos con un poco de detenimiento, veremos el costado social del asunto. ¿Acaso no son los trabajadores del ente “dueños” del capital?
La empresa no debería excluir a uno de sus factores de producción (el trabajo). No tendría que tratarlo como un costo, una pérdida o un pasivo .

Pensemos: si una empresa de lavarropas determina que su capital a mantener es de 1000 lavarrropas (por ejemplo). ¿No han colaborado en cierta medida, conjuntamente con las materias primas y los costos indirectos (si es empresa productora o fabril) u otros gastos administrativos o comerciales (en caso de ser una empresa comercial) para “mantener” esos 1000 lavarropas?
La colaboración para el mantenimiento de capital financiero por parte de los trabajadores, es indirecta: el capital se mantiene a través de la actividad de la empresa, pero no existe un elemento físico que permita inferir una directa relación entre una consecuencia del trabajo y el capital mantenido.
En el caso del capital económico, sí hay un nexo: el propio elemento, ya sea la maquinaria, ya sea el producto. Aunque en ninguno de los dos casos (capital económico o financiero) el trabajador piensa “estoy manteniendo el capital de la empresa”, sí está, en el segundo de los casos, trabajando con el capital y pensando “estoy fabricando lavarropas”.
El obrero contribuye indirectamente al mantenimiento de capital financiero (a través de su trabajo que se incorpora a los bienes los servicios que luego son vendidos por la empresa, que le permitirán “mantener” su capacidad financiera). En cambio, contribuye en forma directa al mantenimiento del capital físico, porque los bienes o servicios que él produce o en los que su participación es decisiva son los que darán la medida de la capacidad operativa dada del mismo número de unidades físicas. Por ende, al ser actor principal, sus retribuciones no constituirán nuevos gastos, sino “gastos de mantenimiento de capital” o inclusive, podríamos afirmar que los obreros deberían tener un tratamiento similar a los aportantes de capital.



En un trabajo anterior sostenía que la inclusión del eje ecológico en la contabilidad actual iba a producir una reforma en las concepciones. Uno de los afectados por el cambio sería el capital a mantener: habría un “capital a mantener” ecológico, de tipo físico (que sería el propio medio ambiente), y un capital a mantener financiero, que sería el propio de la empresa. Habría una complementación entre los dos conceptos, y el segundo estaría subordinado al primero: el capital a mantener financiero debía servir a los fines de la empresa, ayudando al desarrollo de las actividades, pero siempre cuidando no afectar negativamente ese “capital” más amplio, que sería el “ecológico” o medioambiental.
Por otra parte, cuando la contabilidad incluya definitivamente el eje ecológico en su campo de análisis, estaremos ampliando el campo de responsabilidad de la empresa y pasaremos a hablar de esos dos tipos de capital (el físico -medioambiental- y el financiero), con lo que habríamos alcanzado una simbiosis y una superación del antagonismo “capital físico-capital financiero”. Pero observen que hay otra característica destacable: el uso del capital a mantener físico extiende el espectro de la responsabilidad del ente empresa.

Podría esgrimirse que en un mundo globalizado no existiría lugar para los particularismos regionales, para el desarrollo de teorías o interpretaciones particulares, que la globalización implica universalidad, y que una estructura lógico-mental pensada en función de una región geográfica-política-económica-social particular no tendría aplicación. Pero dejo para más adelante algunos párrafos dedicados especialmente a este fenómeno “moderno” de la globalización.

William Leslie Chapman, en una conferencia dictada en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Misiones, explicaba que el trabajo humano no puede ser tratado como mercancía. Luego de efectuar una breve recorrida histórica, llega al punto en cuestión. Mientras los economistas enfocan el trabajo desde la perspectiva productiva, dejando de lado la cuestión ética (el hecho de ser el trabajo un medio de subsistencia y/o gratificación personal), lo que Chapman (siguiendo a Steiner) plantea es: “démosle un valor social al trabajo. Valuemos, pero no desde la óptica individual, sino la colectiva”. Distingamos entre capacidad de trabajo (la aptitud de cada uno para servir a la comunidad) y el producto de ese trabajo, que está en el mercado.
“La capacidad no debería estar en el mercado porque la condición humana no permite que esa dignidad del hombre sea sometido al mercado como cualquier mercancía”. Entonces, ¿cómo retribuimos el esfuerzo? Primero, considerando las necesidades básicas de todo hombre, para mantenerse a sí mismo y su familia. “Y luego la compensación adicional la decide la comunidad misma en función de lo que ella aprecia del servicio que se le presta”.
Es una idea profunda que obliga a meditar, dice Chapman. Porque no hay entre nosotros, en estas sociedades altamente interdependientes, ningún Robinson Crusoe que diga “yo me autoabastezco”. También dice Chapman que esta concepción tiene efectos positivos sobre el medio social porque “desaparece la absurda situación de que alguien que tenga especial habilidad para darle puntapiés a una pelota de cuero reciba una remuneración infinitamente mayor que otro que produce un servicio social y salva la vida a los demás, o que otra persona adquiera la habilidad de romperle las narices a puñetazos a otro y gane sumas fabulosas de dinero mientras que un educador que todos los días atiende a niños apenas logra subsistir”. Pero para eso, la comunidad tiene que apreciar el esfuerzo y la colaboración (el aporte) de cada uno a la sociedad. Porque en un país futbolero como el nuestro, consultar a un “mercado (distorsionado)” de consumidores de fútbol sería perpetuar esa injusta situación en la que un burro que patea una pelota “vale” más que un maestro.

El mercado (y las teorías neoclásicas) carecen de horizonte social, dice Prebisch. La contabilidad también, podría decir yo. Porque nació influenciada, y se fue desarrollando en base a la economía capitalista. Creo que se autolimitó en su pensamiento. No se dio el lujo, la contabilidad nunca quiso pensar por sí misma. Siempre lo hizo autocensurándose, considerando que su única función es representar, reflejar, la imagen de un ente. Y los reflejos no piensan. Tal como lo comenta Borges en uno de sus libros (“Animales de los espejos”, en “El libro de los seres imaginarios”): está condenada a reflejar. No puede, no tiene el derecho a pensarse como ente autónomo, aunque en el fondo sabe que así es.

Siguiendo con Chapman: contablemente, desaparecería el rubro “Sueldos y Jornales”, porque el trabajo humano no es remunerado por un salario, no hay asalariados sino partícipes de la gestión económica. Pero no se requiere simplemente un cambio en el plan de cuentas. La distinción entre empleado y empleador no desaparece del todo, pero se atenúa. Es en la repartición del ingreso donde desaparece la conceptualización de patrón-amo. Y eso es lo interesante de este enfoque.
Un modelo de capital físico, en el que se entienda claramente que los “derechos” no son exclusivos de los que aportaron dinero sino también de los que colaboran en el “mantenimiento” de ese capital ¿no tendría un efecto social positivo? ¿No actuaría como un “redistribuidor de la riqueza”?
Para eso, como también dice Chapman, vamos a necesitar una re-conceptualización, entender a las cosas de manera distinta, no seguir pensando en términos de lucro. Steiner, aclara Chapman, no abandona el principio de “ganancia”: todo ente que no obtenga ganancias no subsiste. Más que colaborador o constructor social, será un parásito. Pero la ganancia no está entendida solamente en términos monetarios.
De esta manera, cuando un joven elija su carrera, no pensará en términos de “cuánto dinero voy a ganar” sino “cuánto voy a aportar a la sociedad”. La “competencia” no se va a desarrollar en el plano económico, sino en el espiritual.
¿Y todo esto de la “valoración social” es tan novedoso? No. La administración de personal hace años que elaboró la técnica de evaluación de cargos y evaluación de remuneraciones. Tendríamos que definirlo en términos de servicio social, y debe ser la misma comunidad quien lo haga.
Steiner también dice que es aceptable la propiedad privada, pero pensada en función de la “aptitud para administrar el propio capital”. Si no se tiene esa aptitud, la administración tiene que ser cedida a quien lo sabe hacer. Desaparece el derecho de propiedad con la muerte del propietario, con lo cual desaparecería el derecho a la herencia.
Pero lo que Chapman plantea y aclara posteriormente es la necesidad del uso racional de los recursos, y de brindarles una utilización de carácter social (comunitario). En una sociedad anónima todos aportan su capital. Y la cuestión es “Yo puse más capital, mando yo”. Debería ser: “yo soy una persona como el otro, los dos tenemos mutuo respeto, nuestra opinión es valedera”. Entonces se tomarán las decisiones en función de las aptitudes de cada uno, pero no solamente pensando en una variable económica. Eso lo vemos también a nivel político: ¡hay cada uno sentado en el Congreso, y que supuestamente tendría que representarnos! ¡Y sobre todo, saber representarnos, hacerlo bien!

Lo que sí necesitamos es desarrollar, previa o conjuntamente con el concepto de capital físico, a la contabilidad de recursos humanos. Pero una contabilidad de recursos humanos sustentada en una escala de valores distinta a la que implícitamente manejamos actualmente. Una nueva estructura apreciativa en donde el hombre sea eje .
Porque el capital humano también ayuda al mantenimiento de una capacidad operativa dada. Para que no pensemos solamente en el hombre como un gasto o como un número...

¿Un simple cambio de nombres?
¿Cómo corregir esta “incorrecta visión” de la contabilidad actual? ¿Sería suficiente con un simple cambio de normas? ¿Bastaría con que la RT 10 (o la norma que surgiese en consecuencia) propugnase por la utilización de un capital a mantener físico? Por parte de los usuarios, aparentemente, no habría tanta resistencia como del lado de la profesión, que por razones más o menos atendibles o criticables, ha convertido al capital físico en una especie de “Cenicienta” o “patito feo” contable.
No todo pasa por un cambio de normas, ya sean estas legales o profesionales. Supongamos que eso ocurre: se modifican la RT 10, la Ley de Sociedades Comerciales, las disposiciones tributarias y de seguridad social...
Ni siquiera alcanza con que “desaparezca” un rubro del balance, tal como sostenía Chapman. Es doloroso para aquellos que conservamos algo de sensibilidad social observar que al hombre se lo asimila a un costo. Pero no es “cerrando” los ojos tal como se solucionaría el problema. Ocultando el reflejo, no resolvemos la cuestión de fondo, que es la estructura valorativa sobre la que descansa la ideología que alimenta nuestras ciencias económicas.
En dicho esquema de valores, el hombre es un costo.
Es por eso que todavía nos queda una tarea mucho más compleja: el cambio de mentalidad.
No alcanza con un “restyling” de la contabilidad. La “cosmética” no es suficiente. Hay que variar el enfoque.
Por eso tampoco es suficiente encuadrar a la contabilidad dentro de una línea de pensamiento económico especial.
¿Tiene necesariamente una teoría contable de carácter social alinearse con una teoría económica también con sesgo social?
Podría creerse que sí, ya que históricamente el devenir contable ha estado ligado a un conjunto de creencias y metodologías de tipo económico que brindaban el marco en el que la contabilidad se desenvolvía.
Con mucho optimismo (y varias dosis de utopía), creo que no es en vano el propender al logro de un cierto grado de autonomía de la contabilidad, reenfocándola hacia lo social en lugar de ubicarla puramente en el plano económico.
Sin embargo, más allá de las ventajas que aparejaría una cierta “independencia” con respecto a la ciencia económica, intuyo como productivo el enlace con teorías económicas de sesgo social. Ya indicaré más adelante que podemos distinguir dos tipos de eficiencia económica (una, digamos, más de tipo “macro”, y otra “micro”). También haré hincapié, a lo largo de toda la obra, en el error analítico de la ideología sustentatoria de este proceso de “globalización” que pone énfasis en una eficiencia económica a ultranza, estrictamente técnica, que olvida el aspecto humano, o lo considera una variable más.
La Escuela de la CEPAL, en estos últimos años (desde inicios de la década de los 90) proclama sus nuevos “dogmas” , sintetizándose su nueva orientación en la idea de “fortalecer la transformación productiva con equidad”.
Al intentar definir el concepto de equidad, podríamos (siguiendo a Héctor Assael) pensar en la igualdad de oportunidades económicas y en los caminos para avanzar hacia ella (existen otros tipos de equidad, como la cultural o política, y múltiples dimensiones de la equidad económica: regional, por sectores y estratos productivos, etc).
La falta de equidad económica se descubre a través de la desigualdad en la distribución del ingreso y nos conduce a inequidades de carácter social.
Innegablemente interesante sería que a través de nuestra disciplina, en nuestro nivel microeconómico, fuésemos capaces (así como a nivel macroeconómico tenemos, por ejemplo, el coeficiente de Gini, que indica el grado de desigualdad social) de vislumbrar a través de herramientas contables, las condiciones que no posibilitan ni favorecen una aproximación a ese ideal de “eficiencia social” al que tantas veces haré referencia.
Que la contabilidad (micro) incorpore elementos macro, para salir de este encierro ideológico que la lleva a la deshumanización.

Reitero los conceptos que en alguna ocasión vertió Prebisch: “cambiarle de nombre” al sistema (capitalista) para hablar de “economía social de mercado” es una prueba de dependencia ideológica por parte de nosotros, periféricos tercermundistas subdesarrollados, con respecto a las ideas surgidas en los centros. Es por eso que tal vez podría pensarse en una teoría económica específica surgida en base a una reinterpretación contable de un fenómeno en particular. Esto se enmarca dentro de mi idea de considerar a la ciencia contable como un elemento transformador de la realidad en la que se inserta. Tal vez parece ambicioso, pero nadie puede argumentar que es (sería) imposible. Y no necesariamente la contabilidad tiene que estar atada a la ciencia económica (sí a la realidad económica -y social, y política, y cultural- circundante, porque tiene que mostrarla. Pero la teoría económica no siempre se aproxima a la realidad. Y si reflejamos un reflejo imperfecto: doble distorsión).

Aunque desde mi perspectiva no existe la necesidad imperiosa de “atarse” a una representación económica singular (si bien podría considerarse beneficiosa), el gran problema es que la contabilidad se desarrolló históricamente bajo preconceptos económicos clásicos y de allí que hoy se esté discutiendo acerca de la...
globalización
Salmones
Los defensores de la globalización afirman que hoy “podemos estar comunicados con cualquier parte del planeta y todos tienen acceso a toda la información”. Pero ¿nos preguntamos alguna vez quiénes tienen acceso a qué información? Estamos enceguecidos, porque estamos viviendo este proceso, deslumbrados por las ventajas de la globalización. Y también pareciera que la condición de proceso inexorable nos sumerge en un estado de apatía y resignación. “Sí, la globalización tiene desventajas, pero ¿qué le vamos a hacer? No se puede nadar contra la corriente”.
John Birt (ex director general de la BBC) afirma que “existe un riesgo para la cultura, que se degrade debido a la disponibilidad inmediata de lo estridente, vulgar y sensacionalista (...) La cultura global es esencialmente estadounidense. El advenimiento de la globalización de los medios de comunicación, en la que todo lo de todas partes estará disponible puede menoscabar la singularidad de las culturas nacionales” .
Es una advertencia. Teñida con matices del “discurso oficial” (“Todo disponible para todos”), pero advertencia al fin. Y no proviene de la boca de un revolucionario “anticuado” o alguien que está “en contra del progreso”. No: es una crítica que surge desde el propio primer mundo que alimenta y fomenta a la telaraña mundial.
Y es aquí donde yo me pregunto: Ese “todo”... ¿disponible para quién? ¿Los yanquis se van a interesar en un sitio web que hable del mate y el dulce de leche , o vamos a ser nosotros los que, enloquecidamente, vamos a navegar por las páginas de Playboy o Mc Donald´s? ¿John Smith visitando la página de “la Sole”, o Juan Pérez a “Maddona.com”?
Entonces ¿quién va a tener las mayores posibilidades en una futura “comunidad global”? Aquel que haya asimilado desde el principio la “cultura global” que sustentará esa comunidad. Y dicha cultura, lógicamente, será estadounidense. En realidad, no tendrá nada de “global”. Será muy sectorial y regional, pero el impulso original hará que nosotros terminemos asimilando como propios elementos culturales que no tienen, en el fondo, absolutamente nada que ver con nuestra cultura. Y no habrá una “simbiosis”, una complementación entre culturas disímiles, sino una imposición. Estamos en la “era del conocimiento”, y las guerras ya no se disputan solamente al compás de la tecnología: también hay destrucción y muerte de formas de pensar y vivir .
Y algo similar ocurre en materia contable.
Continuando con mi apreciación de la viabilidad de un “nuevo” modelo de capital físico. En los tiempos que corren, y más en el área contable, parece estar de moda la palabra “armonización”, y todo el proceso de “recambio” que ello conlleva.
Sin embargo, toda la “revolución” generada en torno a este “nuevo formato” que adoptarán nuestras normas contables profesionales, no contempla en ningún momento la posibilidad, siquiera como remota, como alternativa, como opción, de modificar el concepto de “capital a mantener”. El capital seguirá siendo financiero, con lo que se profundizará la visualización de la empresa como un ente creado por y para los inversores de dinero, y se dejará más aún de lado a los aportantes de trabajo.
Claro está que en este mundo “globalizado”, el factor trabajo va perdiendo importancia relativa, cada día más, ante el avance de la tecnificación. Por eso, tal como lo decía el filósofo argentino Mario Bunge, “sólo existe globalización del capital financiero. El fenómeno de globalización no existe ”. No se globaliza la solidaridad, no se globaliza la riqueza, no se globalizan los derechos, no se globalizan los medios de producción, no se globalizan los beneficios. Sí se globaliza la injusticia, sí se globaliza la opresión, el hambre, las bombas y la desigualdad social...
¿Por qué, entonces, encaro este trabajo bajo la perspectiva contraria a lo que parece indicarme el resto del planeta? Primero, porque la rebeldía es propia de la juventud. Pero no estoy escribiendo simplemente para “romper las normas”, por simple carácter contestatario. Escribo porque estoy convencido de lo que digo y hago, y porque considero que mis ideas tienen sustento, y merecen ser escuchadas.
Además, porque es inherente a la naturaleza humana “morir peleando”. “Es más fácil sucumbir si lo hacemos peleando. Más fácil y más propio de nuestra especie” . Si tengo que dejar de anunciar mis ideas, prefiero quedarme con la conciencia tranquila por haberlas defendido con honestidad, antes que saber que renuncié a ellas. No por calladas dejarán de ser verdades. No me conforman los fundamentos que quieren mostrar como “irreversible” este proceso globalizador (siempre sostengo y reitero que nosotros, periféricos tercermundistas, deberíamos llamarlo “bobalización”, porque es la parte que nos toca en este juego planetario. Los beneficios de la globalización, para los países centrales. A nosotros, el simple papel de “actores secundarios” al servicio de los protagonistas).
Ningún evento en la Historia de la Humanidad puede considerarse absolutamente irreversible, inmutable, perenne. Todo cambia y se modifica, nada es eterno. El único hecho verdaderamente revolucionario y profundamente modificador aconteció hace ya casi 2.000 años; y sucedió que en una aldea perdida, una niña que quizás no tenía ni quince años (y sobre quien habían, desde lo Alto, depositado toda su confianza, supeditado todo el devenir de la historia humana subsiguiente), dijo “Sí”, en un acto de grandeza y de entrega total. A partir de ese momento, cambió radicalmente la historia, nació la esperanza, resurgió la Humanidad...
Es por eso que no me asusta el enfrentarme a todos aquellos que, seguramente, intentarán convencerme de que este trabajo está equivocado, que voy caminando por una vía muerta, que no tiene sentido preocuparme por “el sentido social del capital”...
Claro está que este fenómeno de globalización no tomará en cuenta la faceta humana de la contabilidad. Los inversores de capital se preocuparán por tener información oportuna, pero que responda a sus exigencias, sin importarles la “calidad humanística” o “social” de la “herramienta” que les brinda la “información para la toma de decisiones”. Deciden en base a números, y no en base a criterios valorativos de “justicia social”.

“La globalización es un estadio más (quizás el último) en la evolución del proceso de industrialización (que comenzó con la Revolución industrial). Su filosofía es esencialmente la misma: el dinero es la razón; éste impone su poderío más allá de cualquier principio, ético o moral.
La tecnología es el principal instrumento que utiliza el capitalismo para ejercer su dominio.
Mediante una máquina como la computadora, se tendieron “redes virtuales” que envuelven el planeta. Dentro de un tiempo no hablaremos de países sino de sucursales financieras de datos culturales”. (Ernesto Roldán, Cartas de los Lectores, Diario Página/12, 27-07-99).

Con el debate del capital físico nos transformamos en entes (seres) muy cercanos a ciertos economistas tecnócratas, que responden a las inquietudes de su disciplina como si ellos mismos fueran instrumentos y no hombres.
Se criticó aquel pedido reciente del Papa de una condonación jubilar de la deuda externa. Se dijo que era impropio que una autoridad religiosas se involucrase en temas económicos. Acá en Argentina, se planteó: “¿Y no se piensa en los aportantes a las AFJP? Las Administradoras tienen parte de los fondos invertidos en títulos de la deuda externa. Si esta deuda se condona, los titulares de los fondos verán disminuidas su rentabilidad y con ello sus jubilaciones futuras”.
Perfecto, irreprochable desde el punto de vista técnico, pero ¡Dios me libre y me guarde! ¡Qué respuesta tecnocrática, en verdad! ¡Eso es solucionable, por favor! Se les otorga a las AFJP una compensación adicional y de carácter excepcional, o se las obliga a que inviertan en una cartera de papeles distintas. De una manera u otra, la rentabilidad se recupera.
Pero estamos oponiendo el perjuicio que sufriría un sector, a una medida que generaría un enorme alivio a toda la población (si es que los gobiernos de los países condonados no incurren nuevamente en la “fiebre de endeudarse”. Es curioso: en Argentina, abandonamos la tentación “emisionista” y la reemplazamos por la “avidez”, la “Tentación endeudacionista”).

Los organismos internacionales de carácter económico han evaluado nuestro grado de adaptabilidad a sus políticas. En lugar de pensar si se han beneficiado los habitantes del país, se busca cumplir con ciertas “recetas”, como si fuésemos engranajes de una máquina que DEBEN responder a ciertos estímulos de manera predeterminada.
“Ciencia y máquina se fueron alejando hacia un olimpo matemático, dejando solo y desamparado al hombre que les había dado vida. Triángulos y acero, logaritmos y electricidad, sinusoides y energía atómica, extrañamente unidos a las formas más misteriosas y demoníacas del dinero, constituyeron finalmente el Gran Engranaje, del que los seres humanos acabaron por ser oscuras e impotentes piezas” Ernesto Sábato, “Hombres y Engranajes”.
Entonces, si hay desocupación en Argentina pese a la instrumentación a rajatabla de las medidas exigidas por el FMI, la culpa no es de las instrucciones erróneas, sino de nosotros, los “engranajes” que no actuamos de acuerdo a lo que teóricamente nos correspondería. Y si no, se buscan otros “culpables”: tiene la culpa la legislación laboral, que está soberanamente pasada por alto en la práctica, tiene la culpa la existencia de los sindicatos, tienen la culpa los miles de trabajadores que quieren conservar la dignidad, tienen la culpa los pequeños comerciantes que para no verse destrozados por los imperios multinacionales que aterrizan indiscriminadamente, eluden la presión insoportable de un sistema tributario absolutamente regresivo e injusto. No, la culpa no la tienen las aves de rapiña que consumen nuestras riquezas sin dejar más que unas pocas monedas a cambio; la culpa no la tienen los consorcios monopólicos que asumieron el gobierno de nuestros servicios básicos como si fuesen ellos los propietarios de la verdad absoluta, y no servidores nuestros.
Todo eso está fuera del análisis “económico”, numérico que efectúan los organismos crediticios internacionales. No les importa si un dólar fue invertido en una noche de juerga del presidente de la nación, o si fue destinado a darle un vaso de leche a uno de los tantos carecientes que sobreabundan en nuestro país . Lo que importa es la posibilidad de recuperar ese dólar. No importa si las “consignas” que bajan desde el Norte llevan a que se incremente la pobreza, y consecuentemente, el endeudamiento externo para (supuestamente) atender ese aumento. Y si el dinero es mal invertido, la culpa es nuestra, por tener gobernantes nefastos y amantes de la ampulosidad y el desparpajo, de la cadenciosa música caribeña antes que los lamentos de los necesitados. La culpa es nuestra, porque dejamos que nuestros “dignatarios” , nuestros representantes, imiten un estilo de vida que, curiosamente, es propugnado, es fomentado directa o indirectamente desde los países centrales. Si nuestro presidente pasea en Ferrari, es culpa nuestra. Si el presidente de un país desarrollado se baja la bragueta, lo aplauden. En uno de los casos, es una conducta reprochable tanto al hacedor (por acción) como a los que deberían ser sus representados (por omisión, por una supuesta complicidad en el silencio, o en no evitarlo). En el otro, es una acción elogiable: “meterle los cuernos” a la mujer legítima, mentir en cámara, confesar luego frente a millones de ciudadanos que uno es un hipócrita... Todo eso es valorable.
Tanto unos como otros son execrables. La única diferencia radica en su lugar de nacimiento. ¿”Todos los hombres son iguales”?

Entonces, resulta más que lógico pensar que, mientras subsista este modelo capitalista salvaje que fomenta la globalización como la panacea, la contabilidad (adaptándose a las exigencias del medio económico) tenga que recurrir al capital a mantener financiero como elemento integrante de sus modelos contables.
Por eso es que parece indiscutido, por su simplicidad, y por su fuerte arraigo, el uso del capital a mantener financiero. Pero nunca nos preguntamos si realmente ese “capital a mantener” era representativo de la realidad, si respondía a los objetivos perseguidos por la contabilidad.
Tenemos que aproximarnos a la realidad. ¿Puede una cifra monetaria fija y prácticamente inalterable.(o poco variable) ser reflejo de la realidad en un mundo cambiante y azaroso? Entonces ¿de qué “aproximación a la realidad” estamos hablando? ¿A qué clase de “objetividad” nos referimos cuando los números de los balances no muestran lo que en verdad acontece: que la empresa no está en iguales condiciones hoy que ayer?
Obviamente, los primeros argumentos en contra de la idea de utilizar capital físico en lugar de financiero, vienen por el lado de su “subjetividad”, su “dificultad de estimación”, su “pecado” de no permitir la comparabilidad intertemporal y espacial... Críticas que acepto y reconozco. Pero no estoy aquí simplemente para desmerecer o “despotricar” contra el concepto de “capital a mantener financiero” en sí, sino que vengo a atacar la idea subyacente que lo sustenta. Y para proponer una nueva filosofía contable, basada en el hombre y su esfuerzo, más que en el número, en la cifra y el cálculo.

Ahora se habla, también a nivel contable de un “modelo globalizador”... Palabras, meros circunloquios o ambages que intentan disfrazar una nueva mentira. La globalización es una falacia: no es actual. Siguiendo a Aldo Ferrer, sostengo que la globalización se inició hace 5 siglos, con la etapa de “descubrimientos” por parte de los europeos. Estamos hablando de finales del siglo 15 y principios del siglo 16. Es decir, en el mismo momento histórico en el que aparece la que podría ser considerada como piedra fundamental de la contabilidad tal como la conocemos hasta ahora: el Tratado de Luca Pacioli.
Pero ¿por qué nos concentramos exclusivamente en tan pocas áreas? ¿Por qué está tan de moda la “armonización” contable, y por qué se habla de un “modelo contable globalizador”? ¿Qué más globalizado que el hombre, que el ser humano? ¿Qué peculiaridad ser reitera a lo largo del orbe? ¡El hombre! El ser humano, que es el mismo, acá y en la China . ¿Por qué colocar siempre nuestro acento en el capital, en los billetes, en el dinero? ¡Globalicemos un modelo humano! ¿Por qué nunca hemos introducido como elemento básico al hombre? ¿Qué es lo que se presenta como componente fundamental y reiterado? ¿Cómo podemos decir que estamos dentro de las “ciencias sociales” (o económico - sociales) si no analizamos al HOMBRE? Sí, me van a decir que la contabilidad es (o se la concibe actualmente como) una técnica, o una tecnología y por ende debería ser aséptica, es decir, neutral. El hombre está fuera de los objetos que componen el ámbito de conocimiento de la contabilidad. Y yo sostengo que no es así. Es más: nunca fue así.
¿Que la contabilidad es una técnica? ¿De dónde han sacado ese disparate? Sí existen técnicas contables (la registración por partida doble y la auditoría son técnicas). Pero la contabilidad es ciencia.
Mucho se debatió acerca de la esencia, la naturaleza de la contabilidad. Para la “mayoría de la doctrina argentina”, se la entiende actualmente como una técnica. Si bien disiento profundamente con esta idea, supongamos que fuese cierto. La contabilidad es técnica. Pero, vuelvo a preguntar ¿Debe una técnica ser “neutral”, ser “aséptica”? ¿Tiene que basarse nuestra “técnica” (dada su aplicación preferente en el ámbito de lo económico) puramente en la frialdad de los números? ¿Puede tener inherentemente, intrínsecamente, una faceta “humana”, “social”?
Supongo que ustedes me dirán: “Sí, la contabilidad tiene su cuota de “humanidad”. El profesional en ciencias económicas debe tener en cuenta la faceta social al momento de desarrollar una actividad”.
Pero eso no es suficiente.

Reconocimiento del carácter científico de la contabilidad y de su condición de herramienta para la transformación social
¡Por favor, olvidemos el aspecto financiero!. En esta la “era del conocimiento”, el capital es “ignorante”. Por eso es ilógico, por ejemplo, lo que plantea nuestra ley de Concursos: (artículo 48) cualquier acreedor (u otra persona) puede hacerse cargo de una empresa (patrimonio) deudora. No se meritúa, se le otorga el control independientemente de su capacidad para continuar operando la empresa. El juez debe aceptar el proyecto de la primera persona que alcanza un acuerdo con los acreedores del concursado o quebrado, sin analizar la viabilidad. ¿Por qué? Porque sólo interesa la faz financiera, es decir, si puede hacerse cargo de las obligaciones.
Sí, ahora junto al embuste de la “globalización” está la nueva falacia de “la era del conocimiento”. Ya no importan, ni el factor trabajo, ni el factor capital, o el factor tecnología. Lo que importan son los conocimientos. Entonces, ¿para qué analizar un modelo de capital físico, en donde estaríamos poniendo énfasis en la “capacidad productiva”, es decir, en los activos, en la tecnología, en elementos que en esta “era del conocimiento” no interesan tanto? Aunque con el mismo criterio, el capital financiero perdería igual importancia.
Pero cualquiera que sea la concepción sobre la cual nos basemos, mi enfoque sigue siendo válido. Si pensamos que estamos en una “época tecnológica”, es más que evidente que no importará tanto (en una organización humana), el capital financiero como el capital humano (volcado en trabajo humano o en tecnología).
Y si esta es una “era del conocimiento”, entonces nos interesará el saber humano, por lo que el enfoque contable (que acepta el poder adquisitivo del dinero, pero no el poder constructivo de la mente y el esfuerzo del hombre) deberá necesariamente rotar hacia las ideas que sostengo.

En otras ocasiones sostuve que sería importante que la contabilidad incluyese un eje ecológico dentro de su estructura.
Ahora, en esta época de “concientización” y “reciclaje”, se propone medir el daño medioambiental provocado por las empresas o los particulares, que tiene consecuencias económicas (o inclusive, los factores ambientales que pueden modificar el patrimonio de un ente), exponiendo además dicha medición en los estados contables. Y estoy de acuerdo. Pero ¿por qué no medimos también el daño que una empresa provoca al medio social? ¿Por qué no mostrar que la empresa “x” está favoreciendo el crecimiento de la pobreza, o que está provocando un acentuamiento, una profundización de la brecha que separa a ricos y pobres?
Claro, existen 2 argumentos de peso: uno político, y otro más técnico. El de tipo político (decisorio) es ¿Qué empresa estaría dispuesta a reconocer el perjuicio (social o medioambiental) que causa? Respuesta: a las que las obliguen a hacerlo. Y muchas empresas han descubierto que, por ejemplo, exhibir una imagen “verde” (presentándose ante los usuarios o consumidores como protectoras o no destructoras de la naturaleza) es más provechoso, inclusive económicamente hablando.
Y el de tipo técnico: ¿Cómo medimos los costos (y beneficios) ya sean sociales o ecológicos?
Pero mi pregunta original no se refiere al grado de aplicabilidad de una u otra metodología de detección y cuantificación del daño social. Apunta al fundamento que mueve a aceptar un desafío y no otro. ¿Acaso es más difícil estimar un costo ambiental que un costo social? ¿Acaso la resistencia al reconocimiento de daños ambientales, por parte de aquellos que los producen, no es la misma? Entonces ¿por qué sí a la contabilidad medioambiental y no a la contabilidad “humana”?
Gracias a Antonio Elio Brailovsky descubrí el por qué. Inclusive, cuando mencioné anteriormente a la contabilidad de recursos humanos (como alternativa a la “deshumanización” actual de nuestra ciencia), hice la siguiente aclaración: Desarrollarla, siempre considerando una modificación de la escala de valores que la sustente.
La contabilidad de recursos humanos, hasta ahora, siempre depositó sus esperanzas en la obtención de un costo o beneficio. Es decir, trató de “internalizar” un elemento “extraño” al juego de fuerzas de la oferta y la demanda.
Y es que no puede desconocerse jamás la escala de valores sobre la que descansa el sistema económico. Brailovsky explica que los economistas, al intentar “descubrir” los costos ambientales a través de mecanismos, digamos “tradicionales”, obtenían irrisorios resultados, tales como que el valor de un bosque era simplemente la sumatoria de los costos de cortar, transportar y acondicionar la madera. Estamos entre universitarios; entonces díganme ustedes (que leen esto) ¿existe hoy alguien que pueda aseverar que un bosque vale, ecológicamente hablando, NADA MÁS QUE POR LA MADERA de los árboles que lo componen?
Pero ¿adónde radica el problema? En la estructura valorativa que se utiliza. El recurso medioambiental se valora, dentro del sistema de precios como un desecho. Lo mismo ocurre con el recurso humano. Entonces, no solamente tenemos un problema de medición: ¡primero es necesario modificar el esquema de apreciación, la escala de valores! Hasta que no hagamos eso, toda modificación será hostil y de consiguiente infecunda .

Hay que revalorizar el aporte del trabajador, para considerarlo en pie de igualdad con el que proporciona el factor capital. Pero no se puede utilizar el sistema de precios que surge del mercado laboral, porque él reposa sobre una escala de valores desalmada y feroz.
No sirve intentar aprovechar las herramientas existentes si es que las mismas continúan despreocupándose de aquellos elementos que nosotros (yo) intentamos (intento) destacar y revalorizar.
Sería como si intentásemos incrustar un clavo en una madera utilizando un destornillador. Tal vez terminemos lográndolo, porque no hay incompatibilidades entre un listón y un clavo, pero no aprovechamos los instrumentos adecuados.

Además , existe una visión neoclásica de tipo microeconómica, en donde se considera la eficiencia económica. Se prioriza la reducción de costos propios de cada ente, pero ¿y los costos sociales? ¡Se olvidaron de los costos sociales! Porque una decisión que maximiza el beneficio de un ente en particular, puede estar provocando un costo social. El ejemplo más claro está dado por aquellas empresas que cotizan en bolsa, y provocan un alza en el recinto cada vez que anuncian despidos masivos. ¿Pero qué inconsciencia es esa? ¿Cómo puede entenderse que aquellos que deberían invertir en el país, consideren como una noticia positiva el hecho de incrementar la desocupación? ¿Cómo puede comprenderse, sino en el contexto de una inhumana, bestial sociedad despersonalizada, en la que cien dólares son más importantes que una vida? ¿Es positivo dejar a la gente en la calle, es positivo provocar una crisis en una familia, por más que posteriormente el expulsado del sistema reingrese al mismo, consiguiendo un nuevo trabajo?
En contraposición, tenemos otra visión, que podríamos definirla como una de tipo “macroeconómico”, en donde la eficiencia está enfocada desde otra perspectiva: es una eficiencia “técnica”, y lo que analiza son costos y beneficios sociales.
La contabilidad patrimonial ha vislumbrado, enfrascada en un cortoplacismo aberrante, solamente la eficiencia de corto plazo. Es hora de modificar esa mirada.
“Una cosa es informar y otra diferente explicar el contenido de la información”, dice Antonio Lopes de Sá. ”Confundir contabilidad con conocimiento de informaciones es permanecer demasiado en la periferia de nuestra especialidad, negando la razón que debe aflorar a partir de los datos.
Las informaciones son apenas medios y la contabilidad no es sólo un estudio de medios, sino principalmente de esencias de hechos que ocurren en los patrimonios de las células sociales”. Para alcanzar la satisfacción de sus necesidades, el ser humano desarrolla su riqueza. Busca la eficiencia. La contabilidad debe tener como meta el saber cómo la riqueza llega a ser eficaz. “Cuando todas las células sociales sean eficaces en sus patrimonios, la sociedad también lo será y las necesidades de los hombres estarán completamente satisfechas”.
“Esa es la gran tarea social del contador, la que todavía no todos pueden alcanzar” y que nunca se concretará si es que “las percepciones humanas se limitan solamente a la información y desean entender la contabilidad apenas como una disciplina de datos e informes”.
“Desear limitar al contador como un informante es renunciar a la grandeza de la profesión que se deriva en una titulación en Ciencias”.
Si bien Lópes de Sá no abandona la idea de la eficiencia, creo que apunta a una eficiencia de tipo social y no unitaria. Cuando afirma que se requiere que “todas las células sociales sean eficientes en sus patrimonios” como condición para la obtención de la eficiencia social, podríamos entender que se refiere a un nivel dato de máxima eficiencia global, que se alcanza una vez obtenido un punto (no necesariamente óptimo desde la perspectiva particular) de eficiencia individual. Es decir, la eficiencia de una “célula social” será tal siempre y cuando esté enmarcada dentro de un contexto: una célula social será eficiente si consigue incrementar el bienestar general de la población, si aumenta la eficiencia social. No habrá eficiencia social sin justicia social.
Porque entender la “eficiencia” microeconómica tal como la desarrolla la teoría económica clásica, es hacer abstracción del contexto. Es como si pudiésemos aislar, abstraer, “sacar” de la realidad a una empresa, y colocarla en un laboratorio, en un tubo de ensayo, y hacerla operar “eficientemente”, sin importarnos cuál es el efecto que provoca sobre aquellos elementos con los que se interrelaciona. Es decir, se aplica el enfoque sistémico al interior de la empresa, pero ahí detenemos nuestro análisis. No expandimos el análisis sistémico a la sociedad toda. Nos importan “los elementos componentes” de la empresa que interactúan entre sí, y donde el todo es superior a la suma de partes, pero no hacemos extensiva esa visión al entorno en donde se sitúa esa empresa. Es decir, no la entendemos como parte integrante de un sistema más amplio, que sería la sociedad, con la cual se vincula, y sobre la cual influye (y es influida por la misma).
Claro, sí, son interpretaciones subjetivas. Pero ¿quién se atreve a demostrarme que la contabilidad es absolutamente objetiva?
Es una postura “cómoda”, la de nuestra profesión: en lugar de perseguir la jerarquización de la misma, de intentar la búsqueda de una mayor utilidad social de aquello que brindamos a la comunidad, nos decimos: “No, esa es una tarea difícil”. “¿Por qué mejor no nos quedamos con lo que estábamos haciendo hasta ahora?”. Parece egoísmo, desinterés profesional: en lugar de experimentar y desarrollar, acotamos nuestro campo de actuación. “Es complejo medir el capital operativo” decimos. ¡Pero por supuesto que toda tarea encierra un grado de complejidad! Pero también la tuvo en su momento la tarea de comenzar a utilizar los valores corrientes, desterrando los costos históricos. ¿Y qué fue lo que se valorizó en ese momento, a quién se colocó en un lugar prioritario? Al usuario de la información contable. Al destinatario de nuestro trabajo.
¿Qué ocurre ahora? ¿Ya dejó de ser prioritario? ¿No somos capaces de sacrificarnos más por él?
¿Por qué mirar exclusivamente “nuestro esfuerzo” y no los beneficios que otorgaríamos a la sociedad en su conjunto? ¿Por qué (según el estudio realizado por Chaves, Pahlen y cía) sólo el 28% de los usuarios considera apropiado el concepto de capital a mantener financiero? ¿Por qué, a pesar de esa disconformidad, seguimos afirmando que el capital a mantener financiero es el mejor? ¿No será que los equivocados somos nosotros?

Iluso, utopista, soñador, crédulo, quimérico, idealista, urdidor de fantasías...
Todos esos serán calificativos que, seguramente, me aplicarán . Pero no me preocupa. Volvamos al análisis del tema que hoy nos interesa...

Hemos así identificado los factores que provocaron esa “ceguera” que imposibilitó el desarrollo profundo de una visión social de la contabilidad.
Por un lado, tenemos esa estructura de valores implícita que desprestigia lo social privilegiando el uso económico de las aptitudes del hombre.
Por otra parte, está el hecho (por parte de la contabilidad) de haberse ligado y nutrido de una filosofía económica (la escuela clásica y sus derivaciones, como la neoclásica) que estimulaba, exaltaba esa estructura apreciativa perversa (con su idea de la eficiencia individualista que despreciaba el concepto de lo social).

La contabilidad tiene que revalorizar el papel del hombre, pero no a través de una cifra o un número, sino sustentando toda una filosofía de tipo humanística.

Para que cuando leamos los estados de resultados de YPF (por ejemplo), no veamos 14.000 millones de dólares en ventas, sino que los interpretemos como el esfuerzo combinado de miles de manos y hombros cooperando, puestos en función de las necesidades de la sociedad.
Un modelo así sería verdaderamente globalizado. Posiblemente sea aplicable no solamente en el ámbito privado, sino también en la faz pública, y quizás, cuando la contabilidad dé ese giro de 180º poniendo su atención en el hombre, cuando se independice de la cifra y el cálculo, tal vez entonces ahí...

... hayamos descubierto la esencia científica de la contabilidad, y podamos decir verdaderamente con orgullo, que somos contadores públicos, al servicio de la comunidad.

¿Adónde quiero llegar? A que cambiemos de una vez por todas nuestra mentalidad. Basta de engañarnos a nosotros mismos: la contabilidad es una ciencia social. El capital físico nos muestra una faceta de la realidad que, pese a ser vislumbrada en reiteradas ocasiones por otros campos del conocimiento y bajo diversos ángulos, todavía no fue solucionada: la “cuestión social”.
Ese es mi sueño: Que nosotros, como profesionales en ciencias económicas, seamos modificadores y generadores de pautas de conducta positivas. Que la contabilidad, algún día, se convierta verdaderamente en una herramienta de transformación social...

Bibliografía:
¨ Capital a mantener, un enfoque actual. Osvaldo Chaves, Ricardo Pahlen Acuña, Oscar Feudal. Ediciones Macchi, 1997.
¨ Estudios Económicos Nº 71, España.
¨ Cuestiones Contables Fundamentales, E. Fowler Newton, Bs. As., Ediciones Macchi, 1993.
¨ Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNaM, Año 1, Nº 1, Misiones, Julio 1997.
¨ “Verde contra Verde. La difícil relación entre economía y ecología”. Temas Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1993.
¨ Diario Ámbito Financiero, edición del 16-07-99.
¨ Boletín del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Santa Fe, cámara segunda. Números diversos.